No puedo dejar de relacionar el concepto de Big Data con el último libro de Margo Glantz, escritora mexicana que se autodenomina “paleomillennial” por ser una tuitera de 89 años, que sabe leer en clave de humor los saltos en el tiempo, alguien que viene del futuro. “Y por mirarlo todo, nada veía” es un experimento literario de 164 páginas que se plantea de inicio a fin la pregunta: ¿entre tanta banalidad, cómo discernir qué es lo importante?.
Y no es una pregunta menor considerando el torrente de información en tiempo real que circula en internet en tan solo un segundo: 342.000 Tweets, 138.840 horas de video en YouTube, 1.380 blogs en WordPress, 276.480 búsquedas en Google, 3.060 items comprados en Amazon, 3´131.760 likes en Facebook, 13´194.420 mensajes enviados por WhastApp, 14.280 pins en Pinterest, 1´111.140 likes en Instagram, 10.920 búsquedas en Linkedin, etc.
Sumemos a este torrente, el universo expandido de lo digital gracias al Internet de las cosas (IoT), la digitalización de los objetos físicos, sensores que recogen datos con los que interactuamos en nuestros ambientes cercanos: cámaras de reconocimiento facial, asistentes virtuales en el hogar como Alexa de Amazon, teléfonos inteligentes con información sobre nuestros movimientos, aspiradoras inteligentes como Roomba, objetos con los que ya estamos conviviendo.
Buena parte de nuestra vida ya es digital, dejamos rastros de lo que hacemos en todas partes, somos seres digitales. La transformación digital está haciendo que las máquinas se comuniquen entre sí sin intervención de seres humanos. Según Hans Vestberg, CEO de Ericsson, “Si una persona se conecta a la red, le cambia la vida. Pero si todas las cosas y objetos se conectan, es el mundo el que cambia”.
Antes de la disrupción tecnológica, las empresas e instituciones podían registrar los datos recogidos en una tabla para análisis y posterior toma de decisiones: listados de porcentajes de ventas en una tienda, número de usuarios de un servicio, etc. Con el incremento de nuevos puntos de recepción de información, ya no es humanamente posible organizar y analizar la información de la misma manera. Los datos se presentan de forma poco estructurada; pensemos en videos, imágenes y voz, además de texto. Para procesar toda ésta información fue necesario idear una nueva forma de almacenamiento y metodología que permita identificar patrones.
Big Data es ahora la punta de lanza de la Revolución industrial 4.0. Puede utilizarse por un lado para aumentar el conocimiento sobre las operaciones de una empresa y con ello tomar decisiones fundamentadas y con mejores resultados; y por otro, para predecir situaciones concretas de los usuarios y tomar medidas anticipadas.
El gobierno digital (e-government) es un caso de uso de Big Data en el cual se recoge información de usuarios de servicios públicos con la finalidad de mejorar su experiencia y reducir costos de operación. Imaginemos cuánto podría mejorar el tráfico en nuestras ciudades si se recogiera información automatizada a través de puntos de recolección de datos (sensores) en las calles para reconfigurar estaciones de buses, rutas, etc. Ni hablar del tiempo que podríamos ahorrar en trámites en las instituciones públicas.
En el sector privado, empresas tecnológicas como Google, Facebook o Netflix, utilizan Big Data de sus usuarios para luego aplicar herramientas de aprendizaje automático y ofrecer un servicio personalizado. La banca utiliza Big Data para reducir riesgos en sus operaciones, pueden calcular incluso la probabilidad de fraude de un potencial cliente.
Hay una infinidad de casos de uso de Big Data para beneficio de todos los sectores productivos, pero ¿qué tan beneficioso es para el individuo que sus datos personales circulen sin ningún control?, ¿Es ético y legal que tanto el gobierno como la empresa privada puedan tomar información sensible de las personas sin su consentimiento?.
Para resolver el dilema ético que el uso de nuevas tecnologías como Big Data está ocasionando, en Europa se creó el Reglamento General de Protección de Datos (RGPD), que intenta proteger a las personas del uso indiscriminado de la información que generan y dar a los ciudadanos el control sobre su información privada. Se trata de una regulación que entró en vigencia el año pasado luego de haber dado un plazo de dos años para que las organizaciones puedan ajustarse al reglamento.
Ecuador es uno de los pocos países de América Latina que no cuenta todavía con una ley de protección de datos personales pese a los perjuicios que ello está ocasionando como fue el caso de Novaestrat, donde los datos personales de millones de ecuatorianos están en manos de otras personas y a la venta. En estos tiempos de Big Data: ¿por mirarlo todo, nada se ve?.