¿QUE YO CAMBIE NO ES EXTRAÑO?

A veinte años del nuevo milenio muchos seguimos sorprendidos con la idea del cambio como la única constante. Un cambio que deviene acelerado por la intervención de la tecnología en todos los ámbitos de nuestras vidas. Adoptar las nuevas tecnologías es sinónimo de progreso y a nadie se le ocurre estar en contra de esta idea. Vivimos en un cambio de era, por más trillado que resulte decirlo, pero ¿qué está significando el cambio de era a nivel de nuestras emociones?, ¿cómo mantenernos humanos cuando nos estamos convirtiendo en cyborgs: criaturas compuestas por elementos orgánicos y dispositivos cibernéticos que mejoran capacidades?.

Parecería que las transformaciones tecnológicas de nuestros entornos transitan por una autopista de alta velocidad diferente a la de nuestras emociones, que van por el carril lento de los que recién están aprendiendo a manejar. Una prueba de ello es el aumento de trastornos como la depresión y la ansiedad, principales causas de consulta psicológica y psiquiátrica.

Euromonitor Internacional, consultora global de amplio prestigio, destaca como una de las 10 tendencias más relevantes para las empresas en 2020 el “CUIDADO DE MÍ MISMO”. Búsqueda de bienestar mental que converge con la búsqueda de bienestar físico. Es una tendencia basada en datos duros de la OMS que destaca que uno de cada cuatro adultos en el mundo desarrollado padece trastornos de ansiedad, de los cuales menos de la mitad recibe tratamiento. El uso de alcohol y cigarrillos para el alivio del estrés está en descenso porque ya ha quedado claro que hacen daño, mientras que las personas están buscando productos más funcionales para enfrentar necesidades específicas de bienestar mental y evitar los efectos fisiológicos del estrés, la preocupación y la falta de sueño. El consumidor moderno se fija menos en los atributos intrínsecos de los productos y más en los resultados que desean encontrar y cómo van a sentirse. Es decir, compra estados de ánimo, busca una “Felicidad Holística”.

Como decía Zygmunt Bauman “En el mundo actual casi todas las ideas de felicidad acaban en una tienda”. Las industrias, desde las de bebidas hasta las de cosmética, han tomado nota de la tendencia y están posicionando productos que mejoren el estado de ánimo, logren la relajación, el alivio del estrés y de la ansiedad para potenciar funciones cerebrales. En este contexto el cannabis legal es el producto más destacado a nivel mundial; conocido en Ecuador como CBD o cannabidiol, uno de los compuestos medicinales no psicotrópicos del cannabis, cuya fama como agente terapéutico ante diferentes enfermedades y padecimientos va en aumento. Euromonitor Internacional predice que el mercado global para el cannabis ascenderá a 166 mil millones en ventas para el 2025 y abrirá camino para otros productos que ofrezcan similares resultados como la inclusión de la botánica funcional en alimentos y bebidas (cúrcuma, hongos, ashwagandha y matcha), estimulantes hormonales en neurocosmética o aromas que imitan a la naturaleza en productos de belleza.

La búsqueda de “Felicidad Holística” se conecta con la idea de prolongar la vida gracias al avance vertiginoso de la ciencia enfocada en hacernos la vida más ligera para producir más y mejor. Sin embargo, como señala la psicoanalista chilena Constanza Michelson en su último libro “Hasta que valga la pena vivir”, tener la posibilidad de vivir más no significa que las personas tengan un verdadero deseo de vivir, “para estar vivo hay que desear estarlo. No es algo que pueda resolverse con antidepresivos”.

Mantenernos humanos en el Siglo XXI podría significar entonces que hagamos el esfuerzo de alejarnos de la masa y defender nuestra singularidad más allá de estereotipos y codificaciones del Big Data, rescatando las relaciones particulares de cada uno con las cosas. Es en definitiva el campo de la experiencia y del deseo, que según advierte la especialista, son cosas que hoy en día están en peligro de desaparecer, posiblemente debido el vértigo que produce el tránsito por la autopista de la ciencia y la tecnológica.

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INTELIGENCIA ARTIFICAL: HUMANOS CONSTRUYENDO EL FUTURO

Mientras Daniel Graziadei, poeta alemán invitado a la Feria del Libro de Guayaquil 2019 escribía poemas en el pasillo, inspirado en las palabras que solicitaba al público presente, no pude dejar de observar a una niña que miraba con asombro que el escritor lo hacía utilizando una máquina de escribir Remington del siglo pasado. Esta imagen viene a mi mente cuando leo sobre IA (Inteligencia Artificial). De algún modo lo que hoy vemos como herramienta tecnológica que nos llevará al progreso, mañana podría convertirse en otra cosa, apenas reconocible para las próximas generaciones.

La IA se ha ido asimilando tanto en nuestra vida cotidiana que apenas notamos su presencia. Los futurólogos predicen que pronto la llevaremos incluso en el cuerpo. Antes de levantar la bandera roja que advierte sobre los peligros de su mal uso, creo importante describir una de sus múltiples taxonomías, tal vez la más sencilla de comprender. La IA se divide en dos ramas:

Una, la INTELIGENCIA ARTIFICIAL GENERAL (IAG), orientada hacia la creación tecnológica. Despierta el temor de que el hombre va a ser reemplazado por máquinas pensantes. Aunque todavía pertenece al terreno de la ciencia ficción, ya existen algunos ejemplares. El año pasado en Tama, uno de los 32 distritos de Tokio, el robot Michihito Matsuda se postuló para la alcaldía obteniendo el tercer lugar con 4.013 votos, quería ganar las elecciones para acabar con la corrupción y dar “oportunidades justas y equilibradas para todos”. Detrás de esta IA están Tetsuzo Matsuda, vicepresidente del proveedor de servicios móviles Softbank, y Norio Murakami, exempleado de Google en Japón, quienes creen que el futuro de la política está en la IA.

Otra, la INTELIGENCIA ARTIFICIAL SIMPLE (IAS) o “Narrow AI”, busca que las computadoras resuelvan problemas de ámbitos específicos mejor que nosotros. Un ejemplo de IA aplicada fue Deep Blue, la máquina que creó IBM invirtiendo millones de dólares y que logró vencer al mejor ajedrecista del mundo Garry Kasparov en 1997. Fue diseñada para analizar millones de jugadas posibles sobrepasando la capacidad humana. Hoy con el desarrollo de la investigación del juego de ajedrez en computadora existe el software Fritz que corre en cualquier soporte doméstico y cuesta muy poco. Deep Blue es ahora una pieza del Museo Smithsonian de Washington DC. Sin embargo, es el precedente de Watson, una IA con capacidad de responder preguntas formuladas en lenguaje natural, que forma parte del proyecto DeepQA. El objetivo es que Watson pueda interactuar de forma natural con humanos y logre superar la respuesta humana en diversos ámbitos.

La rama de IA simple abre un abanico de posibilidades de crecimiento exponencial para empresas: la habilidad de las máquinas para entender lenguaje natural (speech recognition), clasificar objetos (computer visión), traducciones de textos de un lenguaje a otro, bots que realizan de forma automática tareas repetitivas y que son muy útiles para los centros de atención al cliente, algoritmos que se crean a partir de rastros que dejamos en redes sociales para vendernos productos, etc.

Uno de los principales casos de uso de la IA simple es Machine Learning, método analítico que permite que un sistema por sí mismo descubra patrones, tendencias y relaciones en los datos, mejorando continuamente la respuesta en cada interacción. Servicios financieros, atención en salud, marketing, ventas, gobierno y transporte, se cuentan entre los sectores que más aprovechan esta innovación.

Un ejemplo reciente en nuestra región es G.E.N.I.A. (Gran Estrategia Nacional de Inteligencia Artificial), organización que sienta las bases institucionales para que los países latinoamericanos puedan convertirse en líderes en el aprovechamiento de la Inteligencia Artificial (IA).

Yuval Noah Harari en su último libro “21 lecciones para el siglo XXI” afirma que la única constante es el cambio, “No podemos estar seguros de las cosas concretas, pero el propio cambio es la única certeza”. Advierte que la humanidad tendrá que lidiar con máquinas súper inteligentes, cuerpos modificados, algoritmos que pueden manipular nuestras emociones con precisión, rápidos cataclismos climáticos causados por el hombre, cambiar de profesión cada década y más. Los cambios están sucediendo de forma acelerada y apenas podemos procesar las emociones que acarrean, porque nuestro cerebro no está diseñado para ello. De cara a este mundo abrumador que se está gestando, Harari resalta que la pregunta más urgente y complicada de responder será ¿quién soy?. Su respuesta es indispensable para evitar el inminente hackeo de nuestros cerebros y con él la pérdida de libertad, “si los algoritmos entienden mejor que tú lo que ocurre dentro de ti, la autoridad pasará a ellos”. Prepararse para conocer mejor nuestro “sistema operativo” parece ser la clave: tener una mente flexible, equilibrio emocional, buscar la forma de sentirse cómodo con lo desconocido y ser resilientes.

Frente a este panorama, para que las empresas se mantengan será necesario que entiendan la dinámica del cambio y con ello tomar decisiones que permitan modelar mejor el futuro. La tecnología no es mala. Si se tiene objetivos claros, es muy probable que contribuya a realizarlos.

 

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GENTE QUE VENGA DEL FUTURO

 

Vivimos en los comienzos de la era de la cuarta Revolución Industrial (Industria 4.0), Industria inteligente o Ciberindustria. Lo imperativo de esta etapa para las empresas e instituciones es buscar “gente que venga del futuro”. No es una mera afirmación, es la premisa que guía a las empresas centradas en innovar para garantizar sustentabilidad a través del tiempo.

La frase no es mía, se la escuché decir a un empresario ecuatoriano mientras conversábamos sobre el perfil que deben tener sus colaboradores para que puedan liderar e implementar los cambios necesarios que permitan alcanzar los estándares internacionales que exige la globalización. Pese a todo vivimos ya en ella.

Pero no se trata de un cambio cualquiera. Hoy en día para ser competitivos en un mercado internacional se necesita personas con capacidad innovadora; con hambre de conocimientos, que no teman a los avances tecnológicos; capaces de tomar decisiones rápidas, porque las oportunidades de negocios se escurren como el agua entre las manos. No están solo para las empresas locales sino también para las de todo el  planeta. Ser competitivos a nivel global requiere una alta dosis de autocontrol, de dominio de la ansiedad y el vértigo que produce tomar decisiones inmediatas.

La gente que viene del futuro debe educar su intuición por un lado a partir del manejo de las tecnologías de la información (Big Data), y por otro de “pisar calle”, observar, ser curioso (Small Data). Abrirse al conocimiento del mundo apalancados en la tecnología para disruptir, crear algo nuevo y rentable.

Según Andy Stalman, especialista en branding, en su libro Humanoffon: “En el siglo XXI hay dos palabras que se han puesto de moda en el ámbito laboral y que solemos escuchar muy a menudo. Estas palabras son “cambio” y “miedo”. Nada más aterrador que entrar en un espacio anárquico donde todo se mueve, el miedo a lo desconocido es paralizante en muchos casos.

Se dice que los valores cambian cuando nos replanteamos cómo queremos vivir. La gente que viene del futuro tiene un entendimiento profundo sobre el universo expandido de lo humano hacia el espacio digital. El internet, el mundo virtual y móvil, llegó para quedarse. Ha transformado irremediablemente la forma en que nos relacionamos en todos los niveles y espacios. Hoy en día es imposible diseñar un estilo de vida de espaldas al mundo online. Hemos sido modificados como especie por la tecnología, internet nos empodera, nos acerca y nos conecta como nunca antes en la historia de la humanidad. El único límite está en nuestra imaginación. Somos una especie de “superhombre” nietzscheano, con “voluntad de poder”, un impulso hacia el crecimiento, el desarrollo, la superación permanente.

La gente que viene del futuro ha meditado sobre la dimensión ética del cambio de época. Sabe que la tecnología avanzará tanto que no podremos distinguir entre lo natural y artificial, tal como está sucediendo en la Industria 4.0 donde se combinan los sistemas digital, físico y biológico. La tecnología empodera tanto para hacer el bien (conectar con la gente, trabajar en forma colaborativa, incluir, etc.) como para hacer el mal (ser insensibles ante el sufrimiento del otro, abstraerse en el mundo digital, excluir, destruir, etc).

 John Naisbitt,  sociólogo, futurólogo y empresario norteamericano, autor del libro Macrotendencias, propone una vuelta al humanismo para sobrevivir a la era de la información: “El avance más apasionante del siglo XXI no se deberá a la tecnología, sino al concepto expandido de lo que significa ser humano”.

Elon Musk, ingeniero, inventor, inversor y empresario sudafricano, cofundador de PayPal, Tesla Motors, SpaceX, Hyperloop, SolarCity, The Boring Company y OpenAI, resalta la necesidad de innovar buscando el bien común en lo que se hace: “Mi mayor error es probablemente priorizar el talento por sobre su personalidad. Creo que importa si alguien tiene o no un buen corazón».

Ambas personalidades, así como muchas otras, forman parte de la gente que viene del futuro y que incluye en sus propuestas la importancia de poner al ser humano en el centro de sus actividades.

Volviendo al mundo empresarial ecuatoriano ¿Cómo acercamos el futuro a nuestras organizaciones?, una primera respuesta puede ser empezar a pensarnos de forma más positiva, entender mejor quiénes somos y construir a partir de eso, abriendo las puertas de la creatividad sin perder el sentido de lo humano. No vivimos en la primera revolución industrial donde la producción era homogénea y los trabajadores eran medidos de manera uniforme. Ese es nuestro reto: en la marejada de la información, distinguir el rostro de lo humano.

 

ARTÍCULO PUBLICADO EN LA REVISTA ALFA & GAMMA

JUNIO 2017

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